sábado, 23 de julio de 2016

8.- TURKMENISTÁN. BREVE PERO INTENSO

A primera hora de la mañana nos disponíamos a cruzar, junto a nuestro amigo Sel, la frontera entre Irán y Turkmenistán, uno de los países más herméticos del mundo. En Teherán comprobamos como a la mayoría de los viajeros que conocimos les fue rechazado su visado de entrada en al país, y muchos tuvieron que tomar un vuelo hasta Kazajistán para continuar con su viaje. Nadie entiende el porqué, ya que los tramitaron de la misma forma de nosotros. Tampoco se trata de nacionalidades, porque también se lo rechazaron a algún español. Bueno... la verdad que si hubiera existido otra opción para pasar por tierra a Uzbekistán la hubiésemos utilizado, porque tampoco es que tuviéramos nosotros un empeño tremendo en conocer un país cuyo territorio es 80% desierto.
Abandonamos Irán con la policía haciéndose fotografías con nosotros, y llegamos a Turkmenistán donde, al parecer, la policía debe tener prohibido sonreír. A la entrada al país tienes que pagar unos 12 dólares y la antipática chica que los cobra nos recibe en un cuarto pequeño y oscuro, donde tenemos la sensación de que en cualquier momento nos va deslumbrar con su flexo para interrogarnos por los crímenes que todavía no hemos cometido en el país. Se enfada con nosotros porque no le queremos cambiar nuestros dólares por manat, preferimos hacerlo en la ciudad. Tan solo somos unas veinte personas las que estamos esperando entrar en el país, y excepto nosotros, todos son turkmenos e iraníes. Hay unos veinte policías que van de allá para acá, y entre idas y venidas se hace la hora de comer, cierran el chiringuito durante un buen rato y al final pasamos dos horas y media esperando a cruzar la frontera.  Santa paciencia!! La mayoría de los cicloturistas no pasan por esta frontera, ya que si tienes la “suerte” de conseguir un visado de tránsito, solo dispones de cinco días para cruzar el país, así que casi todos prefieren pasar por la frontera de Sarahs para intentar recorrer en bicicleta los 500 kms que la separan de la frontera con Uzbekistán, una auténtica contrarreloj. Nosotros teníamos claro que no queríamos hacer esos 500 kms en cinco días, es algo que ya hablamos desde el principio del viaje, si hay que coger otro medio de transporte se coge sin problema. Antes de salir de Murcia, nuestro amigo, y gran viajero, Floren, nos recomendó visitar el Cráter de Darvaza, y por este motivo preferimos entrar por la capital, aunque eso supusiera 700 kms de recorrido y tener que utilizar otros medios de transporte.
Cuando ya tuvieron a bien revisar nuestros pasaportes, nos hicieron un pequeño cuestionario sobre lo que íbamos a visitar. El visado de tránsito se supone que es para cruzar el país, no para hacer turismo, eso nos lo dejaron claro en el Consulado, así que preferimos obviar de que íbamos a visitar tal o cual sitio, solo les dijimos que íbamos de tránsito hacia Uzbekistán y para eso teníamos que cruzar su maravilloso país. Enseguida notamos en la actitud de la policía que por esta frontera no pasaban muchos ciclistas, hicieron corro para ver las bicicletas y observaban con extrañeza las cosas que llevábamos. Cuando al fin cruzamos nos las prometíamos muy felices. Estábamos en lo alto de la montaña y sabíamos que hasta Asjabad, la capital del país, todo era bajada. Pero nuestro gozo en un pozo, resulta que nos estaba esperando un autobús en la puerta y nos dijeron que subiéramos allí con nuestras bicicletas, que estaba prohibido circular los primeros 30 kms, que era zona militarizada. Cuando creíamos que íbamos solos en el autobús este se dirigió hasta un edificio situado a 1 km, de allí salieron unas cincuenta personas y se montaron con nosotros. Aún no sabemos de donde salió toda esa gente porque nosotros habíamos llegado a primera hora de la mañana y no los habíamos visto, no sabemos si es que durmieron allí. Como ya suponíamos, los 30 kms que hicimos en autobús eran de bajada. Para nosotros fue una putada, el día anterior nos pasamos toda la jornada subiendo montañas entre el frío y la niebla, y ahora nos habían robado una magnífica bajada. Además, desde el autobús pudimos ver muchas cabras Marco Polo, un animal muy difícil de observar en toda Asia Central, pero no pudimos ni hacerles una foto por la velocidad a la que íbamos. Por si esto fuera poco, como toda ley de Murphy que se precie, fue bajarnos del autobús y comenzar a llover. Lloviendo entramos en Asjabad y nos extrañó mucho que no hubiera casi tráfico por la periferia de la ciudad, pedaleábamos en solitario por avenidas de tres carriles. Nos impresionó mucho lo blanca e impoluta que era la ciudad, después de venir de Irán nos pareció todo muy ordenado y limpio. Dos días más tarde nos dimos cuenta de lo equivocados que estábamos.

Acostumbrados a que en Omán y en Irán se podía acampar en casi cualquier lugar, nos dimos de frente con la cruda realidad. Las ciudades turkmenas están tomadas por la policía y todo elemento extranjero es sospechoso. Además la gente tiene miedo y cuando preguntamos, muchos rehusan a ayudarnos. Después de un rato dando vueltas, nos acercamos a un recinto polideportivo. En el interior había un edificio donde trabajaban varios artistas, pintores, escultores, y gente que trabajaba la bisutería. Les preguntamos que si podíamos acampar en frente del edificio y nos dijeron que sin problemas, pero cuando ya teníamos las tiendas montadas, se acercó por allí el mafioso del lugar para echarnos de malas formas. No sabíamos de quien se trataba, pero no quisimos tener problemas y desmontamos rápido. Por fortuna, uno de los artistas tenía un pequeño patio en la puerta de su taller donde cabían justo las dos tiendas de campaña.  Y direis… ¿Por qué estos perroflautas no se buscaron un hotel? Por gracia del gobierno, en Asqabat el hotel más barato cuesta unos 50 euros, totalmente inasumible para nuestro presupuesto. Por la noche los artistas montaron una barbacoa y nos invitaron a cenar, y lo mejor… ¡¡¡NOS INVITARON A CERVEZA!!! En Irán llegamos a probar vino y cerveza en alguna casa, pero con cuenta gotas y en Omán ni eso. Así que llevábamos ya cuatro meses con la ley seca. 


Llegando a Asjabad. La carretera para nosotros solos

Mezquita

Entramos al país bajo la lluvia

Uno de los pintores, que además de atiborrarnos a cerveza y pinchos, nos invitó a quedarnos en casa de su familia en Dasoguz, en el norte del país. 

Con el gremio de artistas de Asjabad

A la mañana siguiente volvimos a visitar la ciudad, esta vez con un sol espléndido. Pasamos por delante de la Casa Presidencial, un edificio de mármol increíble. La  Casa Blanca de Washington es una choza a su lado, y es que tanto el actual presidente Gurbangulí Berdimuhammedov, como el antiguo, Saparmirat Atayewic Nyyazov, son unos personajes dignos de estudio, sobre todo Saparmyrat, que gobernó con mano de hierro desde el año 1991 hasta el 2006. Este personaje "no tenía abuela", se nombró a sí mismo Turmenbasi, o lo que es lo mismo "padre de todos los turnemos". Escribió el Ruhnama, "El libro del Alma", que todo el mundo debía leer en las escuelas y universidades, incluso para ser funcionario había que estudiarlo. Para asegurarse que todo el mundo lo hiciera se entrevistó con Dios, y este le dijo que cualquiera que leyera el libro tres veces iría al cielo. Cambió el nombre de varios meses del año y de algunos días de la semana por su propio nombre, y por el de su mamá. Hizo elegir estaturas y poner fotografías de si mismo por todo el país, y encima el tío decía que a el no le gustaba ese protagonismo, que era el pueblo el que se lo pedía. Bueno, y así una detrás de otra.
Si uno llegara en avión a Asjabad y no saliera de la capital, se llevaría una idea totalmente equivocada del país. Todos los edificios son blancos e impolutos, monumentos faraónicos y mármol por doquier, las calles limpísimas, buenos coches, y por cierto, también casi todos blancos. Entre las extrañas leyes de este país hay una que obliga, bajo multa, a todos los ciudadanos a llevar los coches limpios. Nosotros teníamos las bicicletas sucias a causa de la lluvia, y nuestros amigos nos aconsejaron limpiarlas antes de salir a dar una vuelta por el centro. 


En bici, la mejor forma de conocer la ciudad

Ruhnama, el libro que todo turkmeno debe conocer


El dibujo de Lucía recorriendo el mundo



A las siete de la tarde abandonamos la capital en tren y nos dirigimos a unos 350 kms, al Pozo de Darvaza que se encuentra en medio del desierto Turkmeno. Lo que desconocíamos es que llegaríamos allí a las dos de la madrugada. La escena era de película, noche cerrada, un edificio en medio de ninguna parte, y un vigilante que nos pedía dinero sin cesar. Quería llevarnos hacia el cráter, no se como por que no se veían vehículos por ninguna parte. Según nuestro mapa del móvil, el cráter se encontraba a tan solo 8 kms de la estación. Llegamos pedaleando a la carretera principal y nos dimos de frente con la cruda realidad, el camino hacía el cráter era de tierra. Aunque al principio era ciclable, después se fue complicando y las dunas invadían el camino, teniendo que arrastrar nuestras bicicletas durante casi todo el trayecto. Por fin, dos horas y media después, llegamos al cráter, y ante el espectáculo que se presentaba ante nuestros ojos todo el cansancio se desvaneció. Sin duda uno de los lugares más increíbles donde hemos estado. Este Cráter de Darvaza, Pozo de Darvaza, Puerta del Infierno, o como lo queráis llamar, se creó a causa de una prospección de gas realizada por los rusos en los años setenta. Al parecer dieron con una cueva subterránea y el gas empezó a emanar. Los ingenieros rusos pensaron que incendiando el pozo se apagaría en tan solo un par de días. Se equivocaron por poco, más de cuarenta años después aún continúa en llamas.
Se nos hicieron las seis de la mañana observando el cráter y haciendo fotografías. Estábamos los tres solos allí, y eso impresionaba mucho más. Ya amaneciendo nos metimos en la tienda de campaña y dormimos un par de horas, hasta que el calor del sol nos despertó. Cuando estábamos recogiendo las tiendas, vimos como a lo lejos se acercaba un autobús, si, como lo oís, un autobús que venia de no se donde por en medio de las dunas. Le hicimos el alto y accedieron gustosamente a llevarnos hasta la carretera principal. Nos habíamos ahorrado 6 kms arrastrando las bicicletas, y esta vez con el calor del día. 


Caminando hacia el pozo de Darvaza

Increíble lugar














Desde ningún hotel, por muchas estrellas que tenga, se puede disfrutar de este espectáculo




El autobús que nos recogió en medio del desierto. Increíble.


En la noche anterior, Sel se cayó de su bicicleta y se le desencajó el sillín, siendo imposible colocarlo de nuevo. Hicimos una chapuza con cinta americana pero aún así era muy difícil rodar. Como de todas formas todavía nos quedaban 350 kms hasta Uzbekistán y tan solo 3 días de visado, decidimos que pedalearíamos lo que pudiésemos y en cuanto tuviéramos la oportunidad de montarnos en un vehículo así lo haríamos. Nos dividimos para poder encontrar un transporte más rápido, Sel por un lado y nosotros por otro. El se montó enseguida en una camioneta frigorífica donde cabía justo su bicicleta y sus alforjas, en medio de productos alimenticios, y nosotros un camión. Pero a los 10 kms, el tío nos dice que sus compañeros habían tenido una avería más atrás y se tiene que marchar, que nos deja allí. Sel paró con su coche pero nosotros no cabíamos, así que seguimos pedaleando. El desierto nos machaca, la carretera se encuentra en un estado lamentable y es un constante sube y baja, y hace tanto calor que tenemos que hacer el alto a varios camiones para pedirles agua. Ese día recorremos 100 kms, y en los últimos 80 kms no encontramos nada, ni un simple casa, y por supuesto nada de restaurantes de carretera, ni tiendas. Nos empezamos a preocupar cuando una tormenta eléctrica se acerca hasta nosotros. Son varias ya las veces que nos llueve en los desiertos, es algo digno de estudio. Nos preocupaban los rayos y que no había ningún sitio donde refugiarnos, y pasar la noche en medio de las dunas, bajo una tormenta de lluvia, rayos, y viento, no nos apetecía nada. Durante mucho tiempo dejaron de pasar vehículos, y los pocos que lo hacían eran turismos donde no podíamos montar las bicicletas. Paramos un camión, pero nos dimos cuenta que el conductor y sus dos acompañantes iban muy borrachos. Insistían en que subiéramos, pero aunque estábamos mojados como sopas, ni de coña nos íbamos a montar con esos tíos. Hubo un momento de tensión, no pasaba nadie por la carretera y estos se enfadaban cada vez mas porque no queríamos montar, al final se marcharon renegando. Después de que nos jarrearan tres chaparrones tremendos, con un viento terrible que nos tiraba de las bicicletas, un hombre paró su monovolumen y quería llevarnos. Iba cargado de gente, pero quería subir las bicicletas en el techo y que nos montáramos como pudiéramos. En ese momento llegó una furgoneta, y este hombre la paró. El otro parecía no querer llevarnos a pesar de que iba casi de vacio, pero este le insistió al final accedió. Le dimos las gracias a esta buena persona y nos marchamos. Esta gente que te ayuda desinteresadamente cuando lo estas pasando mal, es la que da sentido a este viaje. Por muchos lugares que hayamos visitado, monumentos que hayamos fotografiado, creo que nunca olvidaremos a esta buena gente que nos encontramos por el camino. 
Ya de noche llegamos Dasoguz, la ciudad turkmena que se encuentra a 12 kms de la frontera con Uzbekistán, y por la que nosotros deberíamos abandonar el país. Todavía nos quedaban dos días de visado y a pesar de la dura jornada, llena de dificultades, teníamos ya la tranquilidad de que podríamos abandonar el país antes de que se nos cumpliera el visado. Uno de los artistas de Asjabad, nos había insistido de que al llegar a Dasoguz, llamáramos a su familia por teléfono y nos quedáramos en su casa. Un señor muy amable que iba con nosotros en la furgoneta, los llamó, y le dijeron que fuéramos hasta su pueblo. Lo que desconocíamos es que se encontraba a 45 kms de la ciudad. Al final tomamos un taxi y fuimos hasta allí. La familia nos estaba esperando. Se trataba de una familia humilde que se desvivió por atendernos y nos ofreció lo mejor que tenían. Sirvieron la cena y nosotros como buenos invitados comimos todo lo que nos sacaban. Cuando ya pensábamos que habíamos terminado, porque había dulces en la mesa y creíamos que era el postre, entonces nos sacan un platazo de arroz a cada uno con un muslo de pollo, que más parecía de pavo. Uff, cuanto costó comerse aquello. Ocurrió algo extraño durante la cena, una vecina de la familia, que dijo ser maestra, apareció por allí y nos hizo un interrogatorio totalmente diferente a lo que nos suelen preguntar todos los días. La mujer insistía mucho en como habíamos conseguido nuestros visados, tanto que al final optamos por mostrárselos para que se quedara tranquila. Estuvo también repasando los otros visados para saber de donde veníamos. Nos preguntó también acerca de la policia, si nos habían parado durante el camino. Cuando se enteró que íbamos con otro viajero, y que no sabíamos donde se encontraba exactamente aquella noche, insistió mucho también en su ubicación. Le dijimos que al no tener internet en Turkmenistan no podíamos comunicarnos con él, pero ella erre que erre preguntando por él, y así pregunta tras pregunta. En estos países funcionan muy bien los servicios de información, y cualquier persona puede ser un informador de la policia. Dicen que en Irán hay muchos, pero allí nunca tuvimos la sensación tan clara como con esta señora, que no se cortaba en hacer preguntas tan directas.

Desierto de Karakum

De los pocos lugares habitados que había en el desierto


Achicharrándonos en el Karakum
Yurta Restaurante, el último lugar con vida en muchos kilómetros. El de la moto iba tapado con una especie de pasamontañas para evitar el sol, nos pegó un susto de muerte cuando nos lo cruzamos así por la carretera. 

Camellos, los únicos habitantes en el desierto

Se acercaba la tormenta

La familia que nos hospedó

A la mañana siguiente abandonamos a otra magnífica familia, que siempre recordaremos, por supuesto no nos dejaron marchar antes de llenarnos las barrigas con un copioso desayuno. Volvimos de nuevo a Dasoguz, esta vez en nuestras bicicletas, y tras buscar un lugar donde acampar, nos dimos cuenta que en Turkmenistan no nos iban a dejar hacerlo en la ciudad. Entramos a comprar en un supermercado y los empleados, muy simpáticos, nos invitaron a te y bollos. Al conocer que buscábamos un lugar para dormir, uno de ellos nos dijo que le gustaría invitarnos a su casa, pero que podría tener problemas con la policía. Es algo que ya conocíamos antes de entrar al país, y por eso le damos aún más valor a la invitación del día anterior. Cuando nos encontrábamos allí sentados en el supermercado, entró un cliente y todos se callaron y se pusieron serios. Cuando salió nos dijeron que era un policía de paisano. Turkmenistán ha sido el primer país donde hemos comprobado que la gente siente terror de su policía.
Pensábamos que si Sel estaba por la ciudad en algún momento nos cruzaríamos con él, y estuvimos dando vueltas por el centro a ver si lo veíamos. Al pasar junto a un hotel se nos ocurrió preguntar, y la habitación costaba unos 25 dólares. No es que fuera el Hilton pero nos valía, así que allí que nos quedamos. Así por lo menos pudimos dejar las cosas a buen recaudo y visitar tranquilamente otra ciudad blanca e impoluta, con la imagen de su líder por todas partes.
Era nuestro quinto día de visado en Turkmenistan y tocaba abandonar el país. Enfilamos la carretera hacia la frontera y a la salida de la ciudad encontramos a Sel, que venía a ver si nos encontraba. Juntos llegamos hasta la frontera, donde el había dormido las últimas dos noches, y nos dispusimos a abandonar el país. Las fronteras de Asia Central tienen fama de ser de las más corruptas del mundo, y a la salida del país, uno de los policías nos dijo que teníamos que pagar una tasa por las bicicletas. Como ya sabíamos que era un método habitual para sacarle la pasta al guiri, le dijimos que ni de coña, y entonces salió con que solo era una broma. Ellos prueban y si ven una presa débil, muerden y pierdes tu dinero. La verdad que fue el único intento de “mordida” que tuvimos en todos los “Stan”.
En la frontera solo estábamos nosotros, y la salida fue de película. Los cuatro kilómetros de tierra de nadie entre las dos fronteras los cruzamos sobre nuestras bicicletas, pero no en solitario, un coche nos seguía a pocos metros y nos avisó que ni se nos ocurriera desviarnos medio metro hacia un lado, que siempre rectos. Tampoco era posible desviarse, la carretera estaba acotada por vallas de alambre, así que todavía no entiendo lo que quería decir. 

Continuará.


Este es el uniforme escolar en todo el país

Hablé con los niños unos diez segundos y de repente salieron corriendo despavoridos. Nunca me había pasado



Dasoguz, una ciudad tan blanca como Asjabad

El actual presidente vitalicio. Aprendió de su predecesor eso de estar como Dios, en todas partes


Grandes contrastes entre las ciudades y las áreas rurales

Otra vez el amigo Gurbangulí




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